Meses sin escribir. Demasiado trabajo; demasiado estrés; demasiadas en las que pensar y demasiadas que evitar. Un año sin concederme el tiempo de hacer el duelo, es triste pero todo sale ahora. Visita familiar de mi madre, viaja con fotos plastificadas de mi padre para que le acompañe allá a donde va. Y se ha dejado una. Casualidad o no, hoy me había puesto uno de mis vestidos favoritos. Hacía un año que no me lo ponía. Me lo compré en Londres en el último viaje familiar que hicimos. Desde que ingresaron a mi pade no me lo había vuelto a poner. Hoy con una media sonrisa lo he cogido de la percha y he pensado, venga, va, me lo pondré porque sé que le gustaba mucho a mi padre. Después ha llegado el momento foto….
Vale, tengo me queda casi una hora para la entrevista, voy a recoger el cuarto donde durmio mi madre. ¡Coño! ¡la foto!!! Mi madre siempre viaja con varias fotos de mi padre, pero no tamaño carnet, no; de las grandes, de las que se enmarcan.
En ésta, sale mi padre. Lleva el camisón azul en el hospital y mira a cámara sonriendo mientras come un helado. Él sabía que el final estaba cerca pero seguía sonriendo. Igual que cuando bromeábamos con supuestas apuestas de carreras enfermos arrastrando goteros por el pasillo la 4ª. Qué gran lección de vida… Los recuerdos me asaltan al ver la foto y salgo de casa escopeteada, llego tarde, pero no me puedo deshacer de un nudo que me oprime el estomágo; otro, la garganta y otro, el pecho.
Corro. «¡Ei, cuanto tiempo!» la operadora de cámara y yo nos ponemos al día. Bromeamos. «Baja y haz que con tus influencias nos dejen pasar». «Voy»… Vuelvo: «¡Hecho!» «No esperaba menos» jajaja… Entramos. Tenemos entrevista con el director de Rhum. Es una obra-homenaje sobre le payaso Monti. Empezó a escribirla el año pasado, cuando ya estaba enfermo. Murió dejándola a mitad. La entrevita hablamos de la obra, de la vida, de una gran persona de Rhum, aquel hombre que decía de si mismo que no era una persona, sino un payaso con una personita dentro. Martí, el director, me dice que quiere que la obra esté mucho tiempo en cartel porque mientras se esté represando la esencia de Monti seguirá viva. Eso me suena… hace que todo se mueva por dentro. El día que falleció mi padre, una voluntaria de la cruz roja me dijo que las personas cuando las mueren se dividen en pedazos y que cada trocito sigue vive en las personas que le han querido. Cómo seguir una entrevista después de esto, mantengo el tipo y al salir confieso a mi compi y me desahogo.
Recuerdo que eso mismo lo conté en el funeral de mi padre. Cuando acabo la ceremonia, mi madre se levantó a decir unas palabras, no recuerdo lo que dijo, pero sé que fue sincero y bonito. Mi hermana tocó su canción favorita, su solo, con el que tanto hemos sufrido y disfrutado en los conciertos del Palau. Yo: hablé de la foto que había sobre el feretro. Expliqué lo feliz que fui esos últimos meses viviendo en Valencia, a caballo entre mi casa de toda la vida y el hospital. Conté lo feliz que también era mi padre, cómo la habitación 43y algo se convirtió en un pequeño hogar con siestas, sobremesas y comidas en una vajilla de vasos de plástico y tuppers. Presumí de padre y recordé como me sorprendió su fortaleza y su optimismo. El día en que pregunté a mi padre por los momentos más felices de su vida (él con los goteros puestos, tumbado en la cama y muy jodido) me dijo: cuando me casé, cuando nacisteis vosotras y ahora. Ahora?!! Si, me estais dando tanto… pufff… Fue un momento de coger aire, y un para mis adentros: «por dios, no llores. Ahora no»
Cambié el curro en la tele por otra rutina: salir a correr a primera hora bus y al hospital hasta la noche. Diez horas en la habitación. Hablando, escuchando, compartiendo vida y silencios… Mi padre me contó que el primer día que vió a mi madre fue cuando ella iba a tomar la primera comunión en el pueblo. Ella iba vestida de princesa, con un vestido largo; él con sus pantaloncicos de pana y las albarcas, se le acercó y le dijo: «hala! ¿llevas zapatos?» y mi madre dijo: pues claro! y se levantó el vestido para enseñarle sus zapatos blancos. Qué inocente y qué diferentes vidas…
Así pásabamos los días. Fueron dos meses que entonces me parecieron una eternidad; ahora: un suspiro. Y el tiempo ha pasado desde mayo 2013… un siglo. joder, creo que he estado hivernando: Me vuelto seria, tristona y me apagado. Pero una vez escrito este post terapeútico… me prometo volver a sonreír; por mí, por mis leonas y por él.
Todavía me parece mentira. Creo que le veré, que recibiré un email suyo. Después de mi primer directo, hace a penas unas semanas rompí a llorar. La emoción, el subidón de adrenalina y no pude evitar pensar en él. Le hubiese encantado verme. Sé que ya no habrán más abrazos, ni correos contando cómo van los tomates, ni cachetes cariñosos en la mejilla, ni las grandes frases que siempre decía tipo: «tú padre bien, no?» (cuando nos metiamos con él) o «hay manos, manitas, manazas y las de Aurora.» o «paga Repsol» etc. En fin, lo que daría por un abrazo fuerte de verdad. De los que acababan con un «ay, que me estrujas»